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Doña Anita, la mujer que encendió el fogón que dio origen al trancapecho

Se dice que “la comida de mamá” es la mejor; y que el ingrediente clave para este fenómeno, además de esas hierbas y condimentos secretos, es el amor que suelen volcar en sus preparaciones. 

Como muchas reinas de la gastronomía qhochala, Ana Camacho Torrico es madre, pero no solo del hijo que hoy la acompaña con su reconocido negocio, sino también para los cientos de comensales que, gracias a sus trancapechos, calmaron su hambre y “reaccionaron” tras noches de jerga.

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“Yo los quiero a mis clientes, los adoro. Yo pienso que en mi trabajo le pongo todo mi cariño, mi empeño”, afirma doña Anita, confirmando la hipótesis introductoria: hay algo especial entre toda esa amalgama de carne, huevo, papas, arroz, cebolla y tomates –todo puesto en un pan-, ese algo que le permitió convertirse en un referente local, y nacional.

HISTORIA

La sazón que distingue a Anita es parte de su herencia familiar. Desde que era una niña acompañó a sus padres mientras ellos cocinaban diariamente un menú típico boliviano, afuera de su casita de adobe, cerca de la calle Junín y De La Reza.

Ellos se iniciaron en esto hace 78 años, recuerda. Por las mañanas, su mamá se dedicaba a los caldos (ranga, riñón, lomo montado, lobo borracho), luego preparaba los almuerzos y algunos platos de la tarde; mientras que las noches eran para los esperados sillpanchos.

Anita aprendió colaborando. “Qué nos van a dejar los papás quedarnos así, terminábamos la tarea y a ayudar”.

Su papá, hábil panadero, también les enseñó a hacer pan, pasteles y biscochos. “Esto les va a ayudar; cuando alguna vez no tengan de dónde sacar para salir adelante, esto también les va a ayudar”, les explicaba proféticamente.

“Bachiller he salido cuando ya tenía mis dos hijos”, relata doña Anita. Sin una carrera universitaria, fueron estas habilidades las que la armaron para ganarse el sustento.

Y aunque insiste en la importancia de la profesionalización, como sus padres con ella, entrenó a los suyos en el arte culinario que la hizo famosa.

“Somos más de 15 personas”, apunta, sobre el grupo familiar que hoy por hoy interviene en la preparación de los trancapechos.

SU CAMINO

El camino de Ana en el circuito gastronómico comenzó hace casi 33 años, de la manera más humilde. Habiendo quedado viuda, puso un pequeño puesto en el sector de la avenida Heroínas y calle Baptista, ofreciendo “el sándwich que le decían”, al que añadía la popular chorrellana. “Empecé a vender en mi carrito, con mi mesita al lado”.

A pesar de llevar el peso de su hogar a cuestas, consiguió un trabajo diurno en el Colegio Santo Tomás de Aquino, ayudando en tareas de limpieza y vendiendo las “anitas” -denominativo que los comensales pusieron a sus sándwiches-, básicamente emparedados que costaban un boliviano. “También me pedían que prepare platos especiales para los profesores, cuando iban a tener una reunión”.

Poco después, la Alcaldía dispuso un área para puestos de comida rápida en las cercanías de la avenida América y calle Adela Zamudio, a donde Camacho y otras vendedoras se trasladaron (Las Islas).

GOLPE DE SUERTE 

Con todo, el negocio tardó en alzar vuelo, pero el empujón decisivo vino de tres estudiantes “del Aquino”. 

“Un jueves vienen los chicos y les cuento que no estaba vendiendo”, rememora doña Anita. Notando su preocupación, los jóvenes le encomendaron que para el día siguiente preparara una gran cantidad de sus deliciosas “tierritas” (otro apelativo que daban aquel entonces a sus sándwiches).

Ella tuvo varias jornadas de quedarse con sobras, así que no estaba convencida de la idea, pero aceptó. Al principio, tenía solo dos sándwiches vendidos, estaba a punto de rendirse cuando los tres muchachos aparecieron, acompañados de sus padres y hermanos. 

“Mis guaguas”, los llama Anita. Asimismo, les otorga el crédito de haber bautizado sus sándwiches apanados. “Yo no le he puesto el nombre, han sido los chicos”. 

Los chicos, en la edad de ir a fiestas, solían culminar las juergas en el puesto de Camacho. “Venían a reaccionar”. En una de estas ocasiones, satisfechos y ligeramente aturdidos, miraron a su tía Anita y le dijeron: “esto tranca el pecho”. Y así nació una estrella de la gastronomía qhochala.

Gracias a la fórmula —sabor exquisito y estómago lleno por solo 1.50 o 2 bolivianos— la clientela siguió expandiéndose, llegando incluso al área rural.

Su jornada

A pesar de su avanzada edad, hoy las jornadas de doña Anita aún son arduas. Arrancan visitando La Cancha; de regreso es tiempo de cortar y machucar la carne. Después del mediodía se alista el resto de los ingredientes, que estarán listos para unirse al final de la tarde. 

Actualmente, su hijo y yerna asumen las tareas principales, y Anita los acompaña los fines de semana, algo que no estaba pudiendo hacer hasta hace poco.

Aquejada por una hernia, Camacho se sometió a una intervención quirúrgica.

Ahora está en proceso de recuperación y recargando energía para seguir “trancando” a sus “guaguas”.

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