«¿Quién va a colgar la bandera en la rectoría?», preguntaron los líderes estudiantiles de la Universidad Autónoma de México (UNAM) a la militancia en plena lucha contra el rector Jorge Carpizo, quien promovía el cobro de matrículas en la entidad pública. Era enero de 1987.
De la muchedumbre salió una estudiante de Física de 24 años. «Yo», dijo, entre los cánticos de «¡huelga, huelga!».
Casi 40 años después, esa vehemente estudiante acaba de ganar las elecciones para la presidencia de México. Se llama Claudia Sheinbaum Pardo. Muchos mexicanos le dicen «Claudia», a secas. Tiene 61 años, dos hijos, una maestría y un doctorado. Fue alcaldesa de la Ciudad de México (CDMX). Y desde el 1 de octubre será la primera jefa de Estado en la historia del país.
Ahora ocupará la presidencia de un país de 130 millones de habitantes con 36% de pobreza, una extensa frontera con Estados Unidos, una tasa alarmante de feminicidios y parcialmente sometido por el crimen organizado.
Un país que viene de ser gobernado por un hábil político que termina su mandato con 60% de aprobación, una economía estable y cierta sensación de optimismo entre las mayorías: Andrés Manuel López Obrador.
La popularidad de AMLO, como le conocen en México, explica parte de la holgura con que ganó Sheinbaum, que superó a Xóchilt Gálvez por más de 30 puntos porcentuales y será, probablemente, la candidata más votada de la historia, con más de 30 millones de votos.
Pero Sheinbaum, además de ser una pieza clave del proyecto obradorista, de la llamada Cuarta Transformación, es una rigurosa científica que ha aplicado sus laureadas investigaciones en exitosas políticas públicas.
ORIGEN Y POLÍTICA
Sheinbaum nació el 24 de junio de 1962 en CDMX.
Su papá, Carlos Sheinbaum, era un empresario y químico cuyos padres, judíos asquenazí, llegaron de Lituania a México en 1920. Su mamá, Annie Pardo, es una bióloga y doctora cuyos padres, judíos sefardíes, llegaron de Bulgaria en 1940.
Ambos, hijos de judíos perseguidos. Ambos, militantes de izquierda en la UNAM. Ambos, pioneros en sus labores científicas.
Pardo, de hecho, recibió en 2022 el Premio Nacional de Ciencia por sus aportes a la biología celular.
Sheinbaum mantuvo un pie en la militancia, donde conoció a Carlos Ímaz, un político del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PDR) con el que se casó en 1987, y otro en la academia, donde hizo una maestría y un doctorado en Ingeniería Energética y Ambiental y firmó varias tesis, entre ellas una sobre el uso eficiente de estufas de leña en comunidades rurales.
En las elecciones de 2000, el histórico PRI perdió las presidenciales por primera vez en más de 70 años y en CDMX ganó la alcaldía un militante de la izquierda venido de Tabasco, en el sur pobre del país, al que se le conocía por las siglas de sus dos nombres y dos apellidos.
Es ahí cuando AMLO y Sheinbaum se encuentran. Él, recién elegido, buscaba un perfil técnico para su secretaría de Ambiente y un amigo, profesor de matemáticas y militante de la UNAM, le recomendó a esta sofisticada física experta en Energía.
AMLO suele expresar que «importan más los encargos que los cargos», y a ella le encargó dos costales de peso pesado en tiempos de urbanización: limpiar una de las ciudades más contaminadas del mundo y construir el segundo piso de una enorme autopista.
Sheinbaum cumplió: hoy el aire de CDMX está menos sucio —aunque hay contaminación— y los segundos pisos del Periférico ayudan a atravesar la capital sin atascos.